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Sería bonito que de esta situación excepcional (crisis del coronavirus) naciese una nueva conciencia de la alimentación doméstica, una manera más próxima, más directa y de una escala más humana de relacionarnos con el producto; una tendencia que en cierto modo venía ya perfilándose pero que puede encontrar aquí un punto de inflexión, un momento de redefinición de cara al futuro que nos convierta en mejores consumidores.

Y si esto puede ser así en todos los ámbitos de la alimentación, en los que la producción artesana está ganando un merecido protagonismo, puede serlo más aún, si cabe, en el campo de la producción de alimentos de origen animal.

Cuatro aspectos son los que debemos tener en cuenta a la hora de elegir los productos que vamos a consumir.

El primero tiene que ver con la salud. Comer carne en cantidades recomendadas y de mejor calidad es fundamental.

Un segundo aspecto tiene que ver con esa calidad: el consumo masivo lleva a una producción intensiva en la que se pierde calidad, diversidad y valor organoléptico. Menos carne pero de mejores características no sólo supondría un rendimiento en cocina más interesante sino que también nos proporcionaría un mayor disfrute.

Un tercer punto que debemos tener en cuenta es el de la sostenibilidad. Con la preservación de especies autóctonas y de espacios naturales explotados de un modo tradicional y muchas otras que tienen el equilibro de los ecosistemas y el cambio climático.

Y por último, aunque en ningún caso menos importante, cuestiones de bienestar animal. Una producción masiva de carne económica es, en líneas generales, incompatible con estándares que un consumidor concienciado pueda aplaudir.

Todo esto en una hamburguesa o en una ración de asado. Todo, en buena medida, dentro de nuestra capacidad de acción y de intervención. Nuestras decisiones como consumidores pueden llevar todos estos procesos hacia un lado o hacia otro.

Quizás esta crisis sea una buena ocasión para planteárselo, para explorar el trabajo de pequeños productores que están haciendo enormes esfuerzos para comercializar su producción en tiempos tan complejos; tal vez sea el momento idóneo para plantearse que, en cuanto a consumo cárnico, menos puede ser más y que lo que llega a nuestro plato puede estar modelando nuestro entorno rural, nuestra salud y los ecosistemas de los que vivimos.

A partir de ahí cada uno, como consumidor responsable, deberá tomar una posición.